Género y sexualidad en una muestra argentinísima, Claudio Iglesias. Diario Perfil, 16/05/2010
En 1892, Ángel Della Valle culminaba la que fue su obra más conocida y, también, un posible epítome de la cultura argentina del siglo XIX: La vuelta del malón, pintura al óleo en la que vemos a la mujer blanca raptada por los indígenas, en una escena descripta con una mezcla irrepetible de preciosismo, velocidad y medias luces. Medio siglo de literatura (La cautiva, de Echeverría, es de 1837) se proyecta naturalmente sobre ese ícono de la conflictividad racial y cultural simultáneo a las campañas de exterminio y el proceso de formación del Estado nacional que encuentra su pináculo en la generación del ochenta.
En Malona!, su muestra para el Programa Contemporáneo del Malba, Alberto Passolini (1968) reversiona el ícono en clave de género: un malón de mujeres indígenas que secuestran a un rubio frágil y aniñado, cortan la cabeza de mujeres rivales y cabalgan la Pampaen la compañía de un perrito de paseo, adminículo infaltable del universo gay que Passolini recrea una y otra vez en su exploración del siglo XIX argentino.
Dividida en tres módulos, la muestra no sólo redunda en un homenaje en clave de sátira pictórica a la famosa pintura de Della Valle, sino que también incorpora una mirada sobre el rol de las mujeres en la cultura argentina. Malón académico y Malón plein aira, otras de las obras inspiradas en este tema, reponen el entusiasmo por la pintura de las señoritas de sociedad de la Buenos Aires de fines del siglo XIX, verdaderas fuerzas vivas de las artes de la época. Su rol como sujeto, y ya no como objeto, de la mirada pictórica, aparece realzado en estas piezas en las que un montón de pintoras apocadas trabaja frente a modelos masculinos pasivos. (El título en son de burla remite a Un episodio en la vida de un pintor viajero, libro de culto para más de un artista de Buenos Aires.) (…)
Este trabajo supone la mediación, entre el artista, el público y el mundo histórico que recrea, de un género popular vigente, caracterizado por la recurrencia de la temática política y por una obstinada construcción de disenso desde el humor. La comedia musical porteña se revela como un elemento natural en la obra de Passolini, que hasta ahora sólo había estado implícito. Por eso, también, esta pieza resulta sintomática del estado de la relación entre el arte contemporáneo y el mundo del espectáculo: dos ámbitos que hace rato han dejado de ser antagónicos y que tienden a buscarse el uno al otro como polos magnéticos de un mismo campo de fuerzas en el que la popularidad puede convivir con la crítica y el humor en una versión apta para todo público.