Passo en Constitución, Laura Isola, 2019
El pasado enmudeció para mí. Supe ser la médium que juntaba a los alientos a hablar; los espíritus que hoy no se comunican… permanecen en silencio. Un siglo ventoso, de refucilo y temblequeos, me toca. Como hija de vecina me aboco a las tareas domésticas sin rezongar. Abrillanto y patino, zurzo, enhebro y pongo al fuego lo comestible”. Esta es la explicación, de entrecasa y no por eso menos ajustada y profunda, que da Alberto Passolini cuando en sus cuadros no aparecen las citas al siglo XIX. Cuando en sus pinturas no hay ni rastros de Fragonard ni rococó, ni peinetones ni abanicos. Ha abandonado la inmensidad de la Pampa y sus ranchos pero, sobre todo, puso a descansar a la Malona, esa extraordinaria lectura que hizo de La vuelta al malón de Della Valle en clave de género. Ahí el cautivo es el hombre blanco, y las indias en cueros recorren el barreal en que se ha convertido esa geografía con sus caballos y sus cabelleras al viento, al tiempo que anticipa una reversión sobre las cautivas y la posibilidad de leerlo, nuevamente, en el derrotero de la China Iron, la protagonista de la novela de Cabezón Cámara.
Guardó en el armario –no todo es salir de él– ángeles arcabuceros, unicornios y federales, domesticados y sin riesgo de que peleen en las vueltas de sus dibujos. Mandó al sobre a los héroes y los sacó de combate. Les dijo “chito mosquito” a la chusma, a los viajeros, a las mujeres desnudas que se juntaban a sacarles el cuero a los grandes pintores. Esas reuniones que hacía en sus cuadros. Una especie de Mariquita Sánchez de Thompson que juntaba un paisano de cada pueblo y armaba tremendas tertulias.
Alberto Passolini siempre fue “Passo” para los amigos, seguramente. Pero al ponerle Passo a la muestra que inauguró en la galería Constitución, hace algo más que acortar su apellido.
Evidencia ese cambio que está en las obras que cuelgan de la casa en La Boca. No solo mutó el formato: son tamaños más pequeños que sus grandes passos, también modificó la concepción de sus obras. Una carta de presentación para un artista que parecía haber logrado un estilo y una manera de identificación. Ser Passo, de una vez, para darle la bienvenida a este momento. En fin, un Passo para el arte.
En principio, la tentación está en decir que hay una radicalidad en este conjunto con respecto a lo que de él se conocía. Ya sabemos que ha ido saltando de época en época hasta llegar a ser un pintor decimonónico contemporáneo o Contempompier, como su obra de 2011. Que se las estuvo viendo con la historia del arte y de la otra durante mucho tiempo, y entre la figuración realista y una estética más de cómic logró muchos de los mejores cuadros del arte argentino de estos últimos tiempos.
¿Alcanza esta traza de su carrera para explicar las obras que podemos ver ahora? Sí y no.
La pista está en buscarle con quién está hablando, a pesar de que él mismo dice que se quedó mudo. Los fondos engamados y en degradé o de contraste de estos cuadros indican un uso diferente del color. El, que es el pintor de muchos colores, se ha restringido a pocos pero con uso intensivo. La geometría evidente y la precisión casi matemática de las combinaciones se desbaratan, para bien, con la huella del pincel, con la textura “imperfecta”. Sobre esas bases se desenvuelven unos hilos dorados en los que se adivinan las figuras: un león, un camello, tortugas. Casi como si estuviéramos mirando las constelaciones y creemos ver Tauro o las Tres Marías. O marquesinas de firuletes art déco. O fileteados de carro. Ninguna de esas, pero todas juntas. Un efecto hipnótico hace que no podamos dejar de verlas para seguir identificando una nueva voluta, otra estrella, algún arabesco que crezca en esos colores recién pintados.
Todo es alumbramiento. El terreno fértil de los fondos donde crecen estos dibujos con pincel que se nos presentan como a mano alzada. Para salirse del molde y hacer estallar a la representación. Creo, entonces, que Passo está dialogando con el siglo XX. Pero menos en sus contenidos que en sus formas. Ya la cita no es como en el pasado, la referencia a un pintor, a un cuadro, a un episodio. La comunicación es con esa ruptura que la centuria pasada hizo de todo lo que se conocía como tal. Cuando la Guerra, la Primera, lo puso a andar y nada de lo conocido tenía sentido. Cuando los hombres volvieron mudos de la guerra. Que, al decir de Walter Benjamin, no fue otra cosa que hacer explotar el lenguaje para nombrar, y un arte nuevo, la vanguardia, para seguir haciendo obras de arte.