La historia de la pintura y la filosofía del movimiento, Julio Sánchez, Diario La Nación, 8/10/2008
"Recuerdo que los colores de ese cuadro me parecían comestibles, ya que los asociaba a gelatinas de sabores frutales y a unos caramelos traslúcidos de forma cónica y montados sobre unos palillos, llamados pirulíes", así describe Alberto Passolini el primer contacto que tuvo de niño con el retrato de Manuelita Rosas pintado por Prilidiano Pueyrredón (1823-1870), que se conserva en el Museo Nacional de Bellas Artes. Passolini se cuenta entre los admiradores e investigadores de su obra. Como resultado de tanta pasión, nació la muestra Señorito Rico, que se puede ver en la galería Zavaleta Lab, en San Telmo.
Las pinturas fueron escenificadas por Alejandro Vautier con muebles coloniales, alfombras y cortinados de terciopelo carmín que se derraman hasta el piso, y una vitrina museística con los libros consultados para hacer este trabajo. No es la maestría de Pueyrredón en el retrato lo que atrajo la atención de Passolini, sino los detalles escandalosos de su vida, que lo condenaron a morir en el olvido y a desaparecer de la historia hasta bien entrado el siglo XX. "Fue eso lo que me impulsó -declara-, con ese sentimiento de alegría que nace de la desgracia del otro, llámese Schadenfreunde, o delectatio morosa , a intentar narrarlos en una biografía no autorizada."
Si recordamos que la historia del arte nació en el Renacimiento con el método de biografías (de la mano de Giorgio Vasari), no es raro que hoy nos sigamos interesando por la vida de los artistas. Al reformular los cuadros de Pueyrredón, Passolini hace un ensayo pictórico. La compostura de Manuelita Rosas se convierte en torpeza cuando le hace tirar un florero, y Santiago de Calzadilla es retratado esta vez en una incómoda situación para un caballero de su categoría. La siesta , obra con aquellas dos sensuales mujeres durmiendo juntas que pintó el hijo del Director Supremo en 1823, despierta las fantasías de este joven pintor, que reconvierte la escena en un jolgorio de pinceles y voluptuosidad.
En síntesis, Passolini revisa la historia del arte argentino -como lo hace desde hace años- para destacar un aspecto velado en la vida de muchos creadores: el erotismo de la carne.