Blanco o negro?, Mariano del Aguila, Punta Rubia, Uruguay, 2007
“No puedo entender por qué los zaireños lo quieren más a él que a mí, si ni siquiera es tan negro como yo” (1974, George Foreman al llegar a África para defender su título mundial contra Muhammad Ali).
Llega el vigésimo aniversario del lanzamiento de "Bad", el disco que debía vencer la hazaña de "Thriller" (1982), que hace 25 años, marcó un nuevo Himalaya para la música pop. Bad fue un Goliat de las ventas, aunque de sus diez canciones sólo tres fueron verdaderos hits a la altura de su predecesor: "Bad", "The Way You Make Me Feel" y "I Just Cant Stop Loving You".
Artísticamente, Michael ha dejado una larga descendencia de príncipes y princesas del pop (Justin, Cristina, Britney) y su legado fue dispararse como un inmenso artista global en los tiempos del cassette y antes del mp3, cuando lo único que se podía tostar era el pan lactal.
Michael Jackson se clavó en el cerebelo universal con una cantidad de canciones buenas como “Billy Jean” o “Thriller”, con sus shows de alto voltaje: no fue sólo su caminata lunar, ni sus grititos, ni sus jadeos. Ni tampoco su extravagancia, ni su amigo chimpancé Bubbles (QEPD) o su mansión-parque de diversiones Neverland (hoy con el pasto crecido y los juegos oxidados, con faja de clausura por orden judicial). Pero como un anticipo de lo que vendría, a Bad le siguió un álbum titulado “Dangerous”.
En los 90s, decidió dejar de ser el negrito bueno y talentoso, el angel morocho, el ruiseñor pop. Con el tiempo devino en un cuarentón desteñido, observado por sus designios bizarros. Que las operaciones en la nariz, que la cámara presurizada para asegurarle la eterna juventud, que los pijamas partys con Macaulay Caulkin... De ser un Godzilla de ventas y récord en giras, Michael se fue convirtiendo en una especie de Nessie, algo tenebroso a ser develado en el radar de las deformidades, un Nahuelito enjuiciado y refrito en el horario central.
Como el Rey del Pop, algo ha mutado en la fauna que pinta Passolini. Sus personajes han sufrido una transformación (¿o "gozado"?, vaya uno a saber por qué las mutaciones siempre "se sufren"): si en Oro y Plata (2006) eran un grupo de negritos candomberos con cara de Sugus (sí, como los caramelos) que se entreveraban con lo más granado de la mitología (La Medusa, La Esfinge), para Bad se han desteñido... se han convertido en unos querubines disconformes. Se alejaron del fabuloso ritmo rioplatense, convertidos en critters albinos que en DINK miran con desdén una reproducción de "La familia obrera" (Oscar Bony, 1968). Los negritos de Passolini, ahora son irónicos y perversos: en Negroni, una señora bien se lleva puesto a uno de esos "terroristas urbanos", como definió un funcionario norteamericano a los limpiavidrios callejeros. Passolini acepta la mutación (la celebra como experimento de peluche en “Sólo tu eres blanco Señor”, de 1994), pero no la mediocridad. Prefiere el resbalón en la mierda (“Really really Bad”), pero no un saltito sin fuerza.
Ni bueno ni malo. Blanco o negro: pero nunca gris.
Mariano Del Aguila, Punta Rubia, Uruguay 2007